Mientras los incendios devastaban Los Ángeles, los lazos forjados gracias al servicio se convirtieron en salvavidas, mostrando la fuerza serena de una comunidad decidida.

LOS ÁNGELES — Cuando los vientos huracanados barrieron el área metropolitana de Los Ángeles a primeros de enero, dos incendios masivos, uno en el barrio de Pacific Palisades y otro cerca de Pasadena y Altadena, dejaron más de dieciséis mil hogares y edificios en ruinas. Solo en Pasadena, trece escuelas fueron destruidas y miles de personas fueron desplazadas. Momentos como estos pueden suscitar una pregunta angustiosa: ¿será esto un sálvese quien pueda?
Lo que sucedió fue justo lo contrario: se produjo una oleada de generosidad y de solidaridad organizada para todos, especialmente en las zonas donde estaban ya establecidas actividades de desarrollo comunitario.
«Antes de los incendios, nuestro vecindario había dedicado quince años a desarrollar lazos de amistad mediante el servicio, el estudio y la oración», recuerda Nazanin Ho, miembro del Cuerpo Auxiliar en Pasadena. «En aquellas primeras horas de confusión, cuando la información no era clara y las condiciones cambiaban rápidamente, esos lazos se convirtieron en salvavidas».
En medio de circunstancias en rápido cambio, las familias que tenían vínculos a través de las clases de niños, de los grupos de jóvenes y de las reuniones devocionales se ayudaron mutuamente, sobre todo las familias recién llegadas o las que se estaban menos familiarizadas con las redes locales. Compartieron consejos prácticos sobre dónde ir y cómo mantenerse a salvo. «Puesto que ya habíamos aprendido a actuar de común acuerdo y a cuidar unos de otros, la gente mantuvo la calma y actuó con determinación», afirmó Ho.
Una respuesta coordinada
En cuestión de horas, los vecinos que servían como coordinadores de los programas de educación moral y espiritual junto con las familias activas en la vida comunitaria se reunieron en línea con miembros de las instituciones bahá’ís.
Las Asambleas Espirituales Locales de los Bahá’ís de Pasadena y de Los Ángeles coordinaron la logística; las redes de familias se consultaron para compartir información e identificar las necesidades. Y las actividades (círculos de estudio, grupos juveniles y reuniones de oración) se convirtieron en espacios de apoyo y de otras formas de reflexión de los que surgirían nuevas acciones.
«Se podía ver cómo los años dedicados a aprender a dialogar y a trabajar conjuntamente de forma armoniosa se traducían en la capacidad de actuar con celeridad», afirmó Kalim Chandler, otro miembro del Cuerpo Auxiliar.
Una vez pasado el peligro inmediato, la atención se centró en ayudar a los más afectados. Mientras los servicios municipales y los grupos civiles se movilizaron a gran escala para proporcionar muchos artículos de primera necesidad, los vecinos se centraron en dos necesidades urgentes que persistían en muchos hogares: aire puro y agua potable. El humo procedente de las casas centenarias seguía llenando el aire de toxinas, y las cañerías dañadas impedían en algunos puntos la salubridad del suministro de agua.
La Asamblea Espiritual Local de Los Ángeles organizó el Centro Bahá’í de la ciudad como punto de recogida mientras que y el edificio de Pasadena dedicado a los programas de educación moral y espiritual sirvió como zona de almacenamiento y organización de agua embotellada, mascarillas y purificadores de aire.
Gracias a la colaboración entre las Asambleas del área metropolitana de Los Ángeles y de las redes vecinales, se pudo distribuir los suministros disponibles a los residentes más vulnerables de aquellas localidades: los ancianos, los niños y las familias con problemas de salud.
Ho explicó que el espíritu de adoración inspiró las labores de socorro y de recuperación. «Orar junto a nuestros vecinos nos recordó que la recuperación y la fortaleza espiritual van de la mano».
Naeema Eckfeld, miembro de la Asamblea de Los Ángeles declaró: «Había tanta ternura. Las personas que lo habían perdido todo consolaban a los demás».
Los jóvenes cuyos hogares se habían quemado ayudaron a repartir suministros. Los más jóvenes recogieron y distribuyeron agua; los animadores de los grupos prejuveniles buscaron información fiable sobre la calidad del aire para guiar sus pasos en la acción.
Resiliencia a través del servicio
«La resiliencia se tradujo en un deseo de actuar. Todos querían servir. Incluso los que pasaban dificultades pensaban en los demás», afirmó Chandler.
En Pasadena, los programas de apoyo escolar establecidos por participantes en los programas de desarrollo comunitario se ampliaron de dos veces por semana a sesiones diarias mientras las escuelas permanecieron cerradas, lo que proporcionó continuidad y compañía a los niños que habían perdido sus aulas y sus rutinas.
Entre los hogares, se intensificó la unidad; las familias compartieron techo y comida durante semanas. Una madre reunió comida donada para cocinar para todos los que se alojaban con ella. «Nos sentimos como una gran familia», recordó Ho. Los voluntarios se unieron luego a las batidas de limpieza organizadas por el municipio, retirando escombros de las calles afectadas, un hecho que simbolizaba tanto la renovación como la recuperación.
Para muchos, la experiencia puso de manifiesto las características de años de actividades colectivas: los hábitos de diálogo constructivo, espíritu de servicio y capacidad para conocer y analizar una situación con claridad y calma.
Los vecinos se detuvieron a reflexionar sobre lo que estaba cambiando en cada manzana, verificaron la información y coordinaron los ofrecimientos de ayuda con las situaciones reales. «Pasar inmediatamente a la acción ayudó a mantener la desesperación bajo control», reflexionó Natalie, una animadora de grupos prejuveniles. «Mientras más servíamos, más esperanza sentíamos».
La Asamblea Espiritual Local de Los Ángeles, también, se adaptó en tiempo real. Los residentes y amigos por igual se volvieron hacia ella en busca de aliento, coordinación y apoyo moral; la institución mantuvo líneas estables de comunicación, creó espacios de diálogo y de oración y ayudó a conectar los ofrecimientos de ayuda con las necesidades específicas conforme estas iban surgiendo.
Tras esta experiencia, a finales de mes, se celebrará en el Centro Bahá'í de Los Ángeles un simposio comunitario sobre la preparación ante los incendios, que convocará a residentes, representantes oficiales y expertos en medio ambiente.
Muchos meses después, siguen apareciendo signos de renovación. En Pasadena y Altadena, las reuniones de estudio y de oración son más frecuentes y la participación en los programas de educación moral y espiritual ha crecido. «Nada se paró. La crisis nos empujó hacia el fortalecimiento del compromiso con el servicio», afirmó Ho.
Trascender el instinto de conservación
Reflexionando sobre aquel momento, Chandler agregó: «Es fácil suponer que los desastres sacan a la luz el interés propio. Nosotros observamos lo contrario. La generosidad se hallaba por doquier. Eso te da esperanza en la humanidad».
En los días que siguieron a la crisis, la Asamblea de Los Ángeles se inspiró en los Escritos bahá’ís sobre cómo superar las dificultades con firmeza y fulgor para que la luz de la confianza supere al miedo, una guía que, según muchas personas, les dio valentía para seguir sirviendo.
Los incendios dejaron profundas cicatrices en el paisaje de California del Sur, pero también pusieron de relieve la fortaleza serena de los vecinos que aprenden juntos a responder ante una crisis con unidad, oración y acciones decididas.
Como Ho manifestó: «Aunque la pérdida fue grave, los días que siguieron demostraron algo maravilloso: brilló la naturaleza superior de las personas. Los extraños se abrazaban, se compartían las lágrimas y fluía la amabilidad. Esperamos que ese espíritu continúe guiando el crecimiento de nuestros barrios».