«Algo de luz en medio de la devastación»

El desarrollo comunitario en España mejora la resiliencia ante las inundaciones

Siete meses después de las catastróficas inundaciones en el levante español, las comunidades han descubierto capacidades más profundas de unidad, servicio y resiliencia.

22 de mayo de 2025

VALENCIA, España — Cuando cayó el diluvio sobre la región oriental de Valencia el 29 de octubre de 2024, nadie pudo imaginar la devastación que ocasionaría. En apenas 24 horas, la estación meteorológica de AEMET en Turis registró un récord de 771,8 mm de lluvia en apenas tres horas, casi la cantidad prevista para todo un año de precipitaciones. El barranco del Poyo se desbordó, provocando inundaciones catastróficas en 75 municipios del levante español.

Las inundaciones segaron más de 230 vidas, afectando a 1,8 millones de residentes y destrozaron decenas de miles de hogares y negocios. Siete meses después, las señales de la devastación física son todavía visibles. Pero junto con la destrucción ha surgido una nueva realidad: una transformación profunda en la forma en que las personas y comunidades enteras se relacionan entre sí.

El 29 de octubre de 2024, unas precipitaciones récord ocasionaron en Valencia inundaciones catastróficas en 75 municipios del levante español.

«Entre tanta devastación material y emocional, también hemos sido testigos de algo de luz», reflexiona Shirín Jiménez, miembro del Consejo Regional Bahá’í del Este de España. «La crisis ha hecho que se deje a un lado la tendencia al individualismo y ha revelado nuestra capacidad de apoyo mutuo genuino, un amor al prójimo que ha impulsado nuestra recuperación».

Más allá de la respuesta material

La respuesta inicial se centró en atender las necesidades materiales básicas, retirar el agua y el barro, distribuir alimentos y otros suministros y proporcionar cobijo. Jóvenes de las zonas afectadas y de toda España que participan en las actividades de desarrollo comunitario, que crean capacidad para el servicio, colaboraron en la retirada de escombros y apoyaron a los barrios afectados.

Los jóvenes que participan en las labores de desarrollo comunitario se han puesto en la vanguardia de las labores de recuperación.

La Asamblea Espiritual Nacional de los Bahá’ís de España ofreció el Centro Bahá’í en Lliria, un municipio de Valencia, para alojar al personal de seguridad desplazado a la zona por el desastre. Durante siete semanas, el centro hospedó a 476 miembros de la policía de 46 localidades españolas diferentes, junto con 24 voluntarios que han trabajado diariamente para el servicio de cocina, de lavandería y para crear un entorno reconfortante en momentos traumaticos.

El centro se convirtió en un espacio de conexión con sentido. «Lo que comenzó como ayuda práctica se convirtió en un viaje compartido de aprendizaje», señaló Shabnam Majidi, una voluntaria que ofreció su ayuda.

Y añadió: «Los agentes regresaban por las tardes exhaustos de su trabajo en las comunidades devastadas, para encontrar no solo descanso físico, sino también una auténtica conexión humana. Muchos comentaron que la atmósfera de cuidado y de esfuerzo compartido les daba fuerzas para continuar con su ardua labor».

El Centro Bahá’í de Llíria, un municipio de Valencia, alojó a 476 agentes de policía de 46 localidades durante las labores de recuperación. Todos los días, 24 voluntarios se ocupaban de las comidas, del servicio de lavandería y de crear un ambiente sereno para los que se alojaban en el centro.

En aquellos barrios donde previamente personas participaban en proyectos bahá’ís de desarrollo comunitario, surgió una respuesta que atendió tanto las dimensiones materiales como espirituales de la recuperación. Algunas formaron equipos para proporcionar espacios a los residentes donde poder procesar sus experiencias y hallar sentido a su sufrimiento.

En declaraciones al Servicio de Noticias, Jéssica Álvaro, miembro del Cuerpo Auxiliar, declaró: «En sus conversaciones, los participantes en las labores de desarrollo comunitario trataron de crear espacios tanto para la expresión del dolor como para la reflexión sobre la esperanza. Muchos hallaron consuelo al hablar no solo de lo perdido, sino de lo que estaban descubriendo: la capacidad de tener compasión, la fuerza de la unidad, la posibilidad de construir algo mejor juntos».

La respuesta inicial se centró en retirar escombros, distribuir suministros y proporcionar cobijo.

Fortalecer las actividades educativas

En los días posteriores al desastre, los facilitadores de los programas educativos morales y espirituales bahá’ís comenzaron a improvisar clases para los niños en Algemesí, una de las zonas más afectadas, donde los colegios quedaron destruidos.

«Crearon un espacio de aprendizaje en medio de circunstancias extraordinarias, a veces utilizando el capó de un coche destrozado como pupitre improvisado. A pesar de las difíciles circunstancias, involucraron a los niños y niñas en actividades que ofrecían no solo momentos para abstraerlos de la devastación, sino también momentos de alegría sincera. En cuanto los padres vieron a sus hijos reir y aprender tras días de angustia, solicitaron que se mantuviesen las clases», rememora Jessica Álvaro.

En medio de la devastación, los facilitadores de los programas educativos bahá’ís crearon entornos alegres para los niños de Algemesí, donde las escuelas habían quedado destrozadas, utilizando pupitres improvisados.

Lo que comenzó como una respuesta improvisada se convirtió en actividades educativas morales periódicas para niños y jóvenes del vecindario.

«Estos espacios educativos ayudaron a los jóvenes a reconocer su capacidad para contribuir significativamente a la recuperación de su comunidad ―relata Gloria Ulloa, responsable de uno de los grupos juveniles que se formaron durante la crisis―. Están descubriendo que, incluso en momentos de incertidumbre, pueden convertirse en fuentes de esperanza y de acción positiva para sus familias y vecindarios».

«Gracias por arreglar el cole», escribió un niño en un cartel.

Fomentar modelos colectivos de vida comunitaria

En la sociedad española contemporánea, como en muchas partes del mundo, el ritmo acelerado de la vida cotidiania ha debilitado progresivamente los lazos vecinales. Las inundaciones de octubre activaron una oleada inmediata de solidaridad; sin embargo, lo más sorprendente es cómo ese primer impulso se ha preservado y mantenido a través de las actividades de desarrollo comunitario. Las reuniones periódicas de oración y las clases de educación moral para niños y jóvenes ofrecen espacios en los que los residentes oran, dialogan y planifican actos de servicio, lo que fortalece los hábitos de apoyo y de cuidado mutuo.

Un grupo de jóvenes que participan en programas educativos morales y espirituales bahá’ís limpió las riberas del río en Ribarroja, donde se había desbordado, inspirando una participación más amplia de la comunidad.

«Antes de las inundaciones, a veces existía cierta reserva entre los vecinos; la gente podía vivir uno al lado del otro durante años sin apenas interactuar», declaró Jessica Alvaro. «Lo que hemos vivido supone una apertura importante de los hogares y de los corazones. Personas que apenas intercambiaban saludos ahora se invitan unos a otros a sus hogares y preguntan sinceramente por el bienestar de los demás».

En estas zonas, las prioridades han cambiado. Las posesiones materiales parecen menos importantes que la conexión humana y la responsabilidad compartida. Los lazos de amistad se han fortalecido entre muchos vecinos al punto de funcionar como familias extensas.

En Llíria, jóvenes de toda la región se reunieron varios meses después de las inundaciones para reflexionar sobre sus actividades y fortalecer los programas de educación moral y espiritual. Ese mismo fin de semana organizaron proyectos de servicio en las localidades colindantes aún en recuperación tras el desastre, ampliando así las labores de socorro.

«La crisis ha puesto de manifiesto lo que realmente importa: muchos recursos que antes se consideraban privados se comparten de manera voluntaria ahora. La pregunta ya no es “¿Qué es mío?”, sino más bien “¿Qué necesitamos?”.»

Jóvenes ayudando a los residentes de Paiporta a pintar los muros y a realizar reparaciones varias.

Dos participantes de los grupos de jóvenes, Reyes y Ricardo, observan esta transformación cada semana: «La esperanza surge al ver la unidad en acción. Nos damos fuerza unos a otros. La alegría reside en el servicio, a veces junto a personas que antes no conocíamos».

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