Familias de la zona rural de Queensland convierten un huerto que bordea la carretera en un lugar para prestar servicios y para apoyar la biodiversidad local.

ROCKHAMPTON, Australia — En la localidad de Gracemere (Queensland) un huerto comunitario iniciado en 2016, bordeando la calle, se ha convertido en una iniciativa colaborativa más amplia para apoyar la biodiversidad local y para crear espacios de servicio que reúnan a las familias en acciones colectivas.
Al principio, una familia, inspirada por las iniciativas de desarrollo comunitario bahá’ís, plantó hortalizas en la franja de terreno público frente a su casa. La iniciativa despertó la curiosidad de los transeúntes, lo que dio lugar a conversaciones sobre la sostenibilidad y los objetivos comunes.
«En un mundo urbanizado en el que consumimos y no producimos, estamos aprendiendo a cultivar nuestros propios alimentos y también cómo los pequeños gestos en un barrio pueden ayudarnos a cultivar un fuerte sentimiento de pertenencia», afirmó Mehraban Farahmand, miembro del Cuerpo Auxiliar, en una entrevista con el Servicio de Noticias.
A medida que el huerto se fue ampliando, se sumaron más jóvenes participantes de los programas educativos morales y espirituales bahá’ís. Cultivan girasoles para compartirlos con los vecinos, y a su vez las familias aportan restos de comida para hacer compost y se benefician de las cosechas.
«Se ha producido un cambio entre los participantes, que han pasado de considerar la jardinería como una actividad individual centrada en los espacios privados a entenderla como un esfuerzo colectivo que fortalece la comunidad», afirmó Farahmand.
Desde entonces, la iniciativa ha evolucionado hasta convertirse en un huerto comunitario en un parque local, al que acuden muchas familias para trabajar juntas al servicio de su comunidad en general.
Inspirar otras iniciativas
La iniciativa de jardinería ha dado lugar a otros proyectos prácticos, como un pequeño «club de deberes» para los niños de la zona.
Nikki Cody, madre y profesora que participa en el club de deberes escolares, comenta: «Empezó con un solo niño que necesitaba ayuda. Ahora es un espacio que fomenta tanto el aprendizaje como las relaciones personales. Padres e hijos se benefician social y emocionalmente al reunirse con un objetivo común».
Otra iniciativa es un «gallinero comunitario» construido por jóvenes utilizando exclusivamente materiales reciclados. Creado durante unas reuniones comunitarias conocidas como «días de acción social», el gallinero proporciona huevos, fertilizante y un punto de encuentro para el diálogo y los vínculos sociales.
Refiriéndose a estas iniciativas interconectadas, Ross Tysoe, padre y practicante de permacultura, describió su impacto en su familia. Su granja se ha convertido en otro centro de aprendizaje sobre prácticas agrícolas, también para los participantes del club de deberes escolares.
«Estamos contentos de que nuestra granja pueda servir como lugar de aprendizaje sobre prácticas esenciales para mejorar la biota natural del suelo, lo que a su vez permite producir frutas y verduras nutritivas para la comunidad», afirmó Tysoe.
Ver más allá del éxito o del fracaso
Estas iniciativas no han avanzado siguiendo un impulso predeterminado, sino que se han desarrollado a través de períodos de progreso seguidos de fases más tranquilas.
Cuando los primeros esfuerzos por ampliar la participación no obtuvieron siempre los resultados esperados, las familias se reunieron para analizar lo que habían aprendido: ¿Cómo podían comprender mejor los horarios de las personas? ¿Cómo podían comunicar su visión de manera más eficaz?
Los períodos más tranquilos no se consideraron fracasos, sino oportunidades para observar, comentar y perfeccionar, lo que ayudó a las familias a comprender mejor el ritmo y las necesidades de su comunidad.
Invitar a la colaboración
La consulta bahá’í como método de toma de decisiones ha permitido que surjan ideas a través del diálogo y de la reflexión colectiva.
«No se trata de que una persona diga: «Esto es lo que estamos haciendo ahora ―explicó Farahmand―. Por el contrario, hacemos preguntas, analizamos ideas, reflexionamos juntos y damos pequeños pasos».
Este espíritu de consulta colectiva se extiende a la colaboración con las instituciones locales, en particular con el Consejo Regional de Rockhampton, que se ha convertido en un aspecto importante de estas actividades.
En colaboración con una universidad cercana, los participantes y organizadores de las iniciativas de jardinería han estudiado el compostaje y las prácticas agrícolas sostenibles, y han suscitado un amplio debate en la comunidad sobre la creación de una «zona azul» local, dando prioridad al bienestar.
A medida que las familias han fortalecido sus lazos a través de estas pequeñas iniciativas, ha crecido su capacidad colectiva para emprender proyectos más importantes.
Los actos de buena vecindad —compartir plántulas sobrantes, prestar herramientas, cuidar el compostaje, ayudar con los deberes escolares o compartir comidas— han envuelto a las familias con apoyo práctico, lo que demuestra el poder de la acción colectiva y del diálogo cuando se integra en la vida cotidiana.