
Quinientos jóvenes de veintidós países de Europa del Este se reunieron en Bucarest para estudiar cómo intensificar su labor en pro de la mejora de sus sociedades.
BUCAREST, Rumanía — En muchas regiones del planeta, los jóvenes se encuentran atrapados entre dos visiones contrapuestas sobre su futuro: una marcada por el deseo de buscar oportunidades fuera y otra que les llama a contribuir a la renovación de sus propias comunidades.
Unos quinientos jóvenes de veintidós de Europa del Este se reunieron recientemente en Bucarest para abordar esta disyuntiva: ¿Qué significa ser protagonistas del cambio positivo en las sociedades en las que viven?
Con el título «Artesanos de la paz: Los jóvenes transforman Europa», la conferencia se planteó como un momento culminante en un largo proceso de diálogo y de acción.
En su discurso de apertura, Yevgeniya Poluektova, miembro del Cuerpo Continental de Consejeros, reconoció los grandes desafíos que afronta la región y el mundo. En referencia a los conflictos actuales que han afectado a comunidades de toda Europa, observó que, a pesar de los denodados esfuerzos de muchos dirigentes e instituciones, la paz duradera sigue sin alcanzarse.
«Piensen en el motivo de su presencia aquí: construir un mundo de nuevo sobre unos cimientos sólidos», afirmó Poluektova.
En lugar de concebir la paz como algo a lograr exclusivamente mediante negociaciones lejanas o cambios en la política, los participantes analizaron cómo sus propios barrios pueden convertirse en espacios en los que la unidad, la justicia y el apoyo mutuo echan raíces en las interacciones cotidianas.
Pelagia, una participante de Rumanía, habló sobre el significado de ser artesanos de la paz: «Significa amarse unos a otros incondicionalmente, sin considerar el color, a pesar de las diferentes religiones y de cualquier otra diferencia que exista entre nosotros. Si entendemos esto, tendremos la capacidad de servir a nuestra comunidad».
La interacción entre el conocimiento y el crecimiento
Un tema profundo que surgió durante todo el encuentro fue la naturaleza de la educación y su relación con el cambio social.
La cuestión que se planteó a los participantes no fue simplemente cómo adquirir más conocimientos, sino más bien qué tipo de educación se necesita para garantizar que la siguiente generación esté mejor equipada para contribuir al progreso de la sociedad en lugar de a su declive.

En los debates se analizó cómo la educación formal, aunque valiosa para desarrollar las destrezas intelectuales y profesionales, solo se centra en una parte de lo que significa ser educado.
Los participantes analizaron en qué su labor a nivel local representa algo más que actividades extracurriculares o trabajo de voluntariado. Mediante esas actividades desarrollan su capacidad para afrontar la necesidad más acuciante de la humanidad: aprender a vivir juntos en unidad y a trabajar por el bien común.
Bora, de Kosovo, expresó una visión enraizada en la experiencia de su familia durante generaciones. Describió cómo sus abuelos se criaron en una época de analfabetismo generalizado, cómo sus padres tuvieron que esforzarse para acceder a la educación en épocas de conflicto, y cómo ahora tienen oportunidades que les fueron negadas a aquellos que vivieron antes que él.
No obstante, su reflexión fue más allá de la gratitud por tener acceso a los programas de empoderamiento moral y espiritual: «La educación nos hace nobles porque nos hace más humildes, logramos darnos cuenta de que lo que sabemos nunca es suficiente, y a pesar de ello seguimos buscando el conocimiento».
Las palabras de Bora apuntan a una noción de educación que moldea no solo lo que sabemos sino quienes somos, y con ello, moldea el tipo de sociedad que podemos construir de forma colectiva. «La educación es un medio para aprender a ser mejores, a ser más nobles, más amables. Nos enseña a ser artesanos de la paz mediante el conocimiento, la empatía y la confianza».
El trabajo paciente que nos aguarda
Durante los tres días de la conferencia, el espíritu entre los participantes fue mucho más allá del entusiasmo y la inspiración, hasta llegar a la comprensión de que las cualidades cultivadas en una comunidad pueden irradiarse hacia el exterior, influyendo en círculos cada vez más amplios de interacción y cambiando de forma gradual el carácter de los espacios sociales.
Para llegar a este reconocimiento fue fundamental la conciencia de que el cambio comienza cuando los individuos aprenden a tener mayor coherencia en sus propias vidas, alineando sus creencias, sus aspiraciones y sus acciones diarias en un todo unificado.
Kashaf, de Polonia, explicó que la reunión le había ayudado a reconocer la necesidad de una mayor coherencia entre los diferentes aspectos de su vida que antes le parecían inconexos.
Y detalló: «Uno de los principales aprendizajes que me más me impactó fue la idea de vivir una vida coherente, en la que los estudios, la carrera y el servicio no estén separados, sino que formen parte de un único sendero unificado».
de la conferencia, se trasladó a otra ciudad donde pudo ayudar con los programas educativos morales para los jóvenes mientras continuaba con sus estudios de medicina.
La historia de Kashaf, igual que la de otros muchos asistentes, pone de relieve el movimiento general que está cobrando impulso en toda la región. Los jóvenes aprenden que el trabajo paciente de desarrollar la capacidad para abordar las causas profundas de los desafíos de su sociedad y de promover la unidad a nivel local con las actividades sistemáticas de desarrollo comunitario ―aunque con menor visibilidad a corto plazo que otras formas de acción que buscan el cambio rápido pero pocas veces sostenible― encierra la promesa de crear un cambio duradero.
La labor de construir una nueva civilización, afirmó Poluektova, «requerirá de los esfuerzos de muchas generaciones».
