Los participantes de la conferencia anual de la AEB estudian la orientación que brindan los principios espirituales a la investigación en diversos campos del saber.

CENTRO MUNDIAL BAHÁ’Í — En el nuevo episodio de «Aprendizajes del terreno» los participantes en la 49.ª conferencia anual de la Asociación de Estudios Bahá’ís (AEB) de Norteamérica analizan la luz que los principios espirituales puede conferir a la investigación académica en múltiples campos profesionales, desde la neurociencia y la salud a la tecnología de la información y la biblioteconomía.
Shabnam Koirala-Azad, miembro del comité ejecutivo de la Asociación, explica que el objetivo de la Asociación ha evolucionado para crear espacios en los que los profesionales y los estudiosos «puedan conocer la realidad de sus campos de actividad, de sus disciplinas y estudien seriamente los puntos de coincidencia, relacionándolos con las enseñanzas de la Fe bahá’í».
Además de la conferencia anual, la Asociación realiza a lo largo del año actividades diversas, entre ellas los seminarios temáticos, reuniones de dos días de duración en las que los participantes estudian textos que sirven como punto de partida a debates concretos. Estos seminarios reúnen a personas de contextos profesionales afines para analizar colectivamente cómo los principios espirituales pueden aportar luz a sus respectivos campos.
Tara Raam, neurocientífica y co-moderadora de un seminario sobre evolución y conciencia, opina sobre el principio de la armonía entre ciencia y religión: «La ciencia y la religión son cuerpos complementarios de conocimiento y de práctica que se iluminan y refuerzan mutuamente. Las ideas que generamos con la ciencia y con el estudio del mundo físico pueden orientarnos y ayudarnos a entender mejor los principios espirituales. Y, del mismo modo, los principios y enseñanzas espirituales pueden determinar el tipo de preguntas de investigación que nos interesan».
La doctora Raam puntualiza que muchos cursos universitarios se asientan en supuestos materialistas sobre la evolución y la conciencia «de una manera que puede hacer que los estudiantes entiendan que no hay cabida para defender una cosmovisión espiritual o que sus creencias espirituales son incompatibles con la ciencia».
Esta desconexión, sugiere ella, pone en evidencia la necesidad de enfoques que integren tanto la dimensión espiritual como material de la realidad.
En relación con la neurociencia en particular, la doctora Raam señala que este campo demuestra la profunda influencia de la cultura y de la experiencia en el cerebro. A medida que evolucionen las culturas y se avance hacia una mayor coherencia con los principios espirituales, puntualiza, los modelos de pensamiento y de comportamiento pueden cambiar.
Afirmó: «Creo que eso nos invita a adoptar una actitud muy humilde y esperanzadora hacia la neurociencia y a entender los hallazgos neurocientíficos como capturas instantáneas en el tiempo, como descripciones de cómo se comporta el cerebro humano en la actualidad dentro de una civilización específica en la que nos hallamos inmersos, y no como afirmaciones concluyentes, esenciales y definitivas acerca de la naturaleza humana en su totalidad».
En el ámbito de la salud, Andrea Robinson, médica de cuidados intensivos, destaca la importancia de ver a los seres humanos tanto en su dimensión espiritual como material.
Según explica, los modelos sanitarios convencionales tienen en cuenta los factores genéticos, sociales o ambientales, pero «si consideramos la religión como una fuente de conocimiento, entonces también hemos de aceptar la existencia de fuerzas espirituales» que influyen tanto en el bienestar individual como en el colectivo.
La doctora Robinson describe cómo esta comprensión más amplia puede influir en la práctica sanitaria: «¿Hasta qué punto son conscientes las personas de las fuerzas que actúan en sus vidas? ¿Cómo puede este hecho revolucionar el conjunto de preguntas que las personas se plantean sobre el bienestar y sobre los factores que les influyen?
Este enfoque, sugiere, puede llevarnos a formas radicalmente diferentes de afrontar los desafíos de este campo.
Mark Dittmer, desarrollador de software y estudiante de doctorado, analiza el empeño por integrar las consideraciones morales en los debates técnicos. Señala que los foros sobre tecnología y sociedad «a menudo se hallan controlados por una racionalidad muy estricta y con un foco de atención en el análisis técnico». Sin embargo, «la religión tiene muchos conocimientos de gran valor que ofrecer sobre las cuestiones morales importantes» relacionadas con las decisiones tecnológicas.
Dittmer señala que los análisis de los científicos sociales «no han podido empoderar a las comunidades para crear los contextos tecnológicos que desean al centrarse solo en la tecnología en sí misma». Ve prometedor cosechar «los frutos de la ciencia en forma de tecnología y los frutos de la religión en forma de herramientas que nos ayuden a reflexionar sobre los principios espirituales que pueden guiar el rumbo del desarrollo tecnológico».
Lev Rickards, vicedecano de Bibliotecas de la Universidad de Santa Clara, comenta la forma en que el reconocimiento de la nobleza y del potencial de todo ser humano puede remodelar la ciencia de la biblioteconomía.
Rickards describe las bibliotecas como espacios en el que todo el mundo puede «participar en la generación de conocimiento sobre el progreso de su comunidad, todo el mundo puede participar en las artes y en la literatura, contribuyendo a la producción cultural».
En lugar de un consumo pasivo, este planteamiento invita a hacer aportaciones de forma activa a «la producción y reproducción de la cultura de una manera que se sostenga en el lugar donde se vive».
Detrás de estos diversos análisis se encuentra el principio de la consulta bahá’í, un enfoque especial de la investigación colectiva. «Todos buscamos sinceramente la verdad ―enfatiza Rickards―. No se trata de compartir una opinión sino de decir que hay algo que intentamos investigar todos juntos».
Esto marca un claro contraste con el contexto académico, observa la doctora Raam, quien afirma que en muchas «disciplinas académicas existe una tendencia a la controversia y al debate» como fórmula para llegar a una verdad mediante «la competición entre ideas».
No obstante, añade, «creemos que la investigación colectiva de la verdad en un grupo de personas funciona de verdad y nos ayuda a generar ideas más sólidas y fructíferas».