En Uzbekistán, autoridades, comunidades religiosas y agentes laicos entablan un nuevo diálogo en el que analizan valores comunes para una sociedad justa y armoniosa.
TASHKENT, Uzbekistán — Cuando en mayo de 2023 se reformó la Constitución de Uzbekistán para definir formalmente el país como un «Estado laico», se creó la posibilidad de redefinir el modo en que las comunidades religiosas podrían contribuir al desarrollo social.
Fue necesaria una dosis de esperanza, de confianza y un salto cualitativo de mentalidad entre los diversos actores sociales —dirigentes religiosos, representantes gubernamentales y de la sociedad civil así como ciudadanos— dispuestos a entablar un diálogo sin precedentes y a analizar de qué manera los principios espirituales pueden arrojar luz a los debates sobre los retos acuciantes de la sociedad.
«El resultado fue una mayor conciencia entre los participantes», declaró Farrukh Rasulov de la Oficina Bahá’í de Asuntos Públicos, en referencia a los avances en el pensamiento que se dieron en una serie de foros de debate durante los últimos seis meses.
«Abordar esta cuestión con sinceridad exigió aceptar que el camino hacia la armonía es la armonía en sí», añadió.
Un enorme desafío, afirmó Rasulov, fue descubrir el modo en que las comunidades religiosas pueden ser participantes activos en el progreso social en lugar de «entidades limitadas al ceremonial ritual».
Se ha producido un cambio sustancial a lo largo de diversos encuentros organizados por la Oficina, que se centraron al principio en la cuestión general del papel de la religión en un Estado laico, posteriormente en la igualdad de mujeres y hombres y más recientemente en promover la idea de las familias como participantes en el progreso social.
La voluntad de analizar nuevas posibilidades con valentía y confianza consolidadas ha sacado a la luz el potencial de colaboración que durante tampo tiempo había permanecido oculto.
Hallar un terreno común en principios compartidos
Zamira Kadirova, secretaria de la Asamblea Espiritual Local de los Bahá’ís de Tashkent, describió el modo en que los debates auspiciados por la Oficina de Asuntos Públicos incorporaron el principio de la consulta bahá’í: «Este principio se basa en la plena igualdad de todos los participantes, donde todas las voces cuentan en la investigación colectiva de la realidad social. Se crea una atmósfera basada en el amor y el respeto, en la que las ambiciones personales dejan paso a la búsqueda del bien común».
Algunos participantes comenzaron el proceso con escepticismo o dudas, originadas en las tensiones históricas y los temores actuales de radicalización en el nombre de la religión. Pero a medida que se profundizaba en los debates, se llegó a un reconocimiento común: los principios morales y espirituales, como la justicia, la veracidad y el servicio a la sociedad, cuando se nutren en el seno de las familias, los barrios y las instituciones, poseen el potencial de unir a grupos diversos en torno a un propósito común y hacer progresar el pensamiento colectivo en torno a temas sociales.
Un concepto destacado por la comunidad bahá’í fue la redefinición de la identidad. «En la base de la actual fractura social subyace una crisis de cómo las personas se ven a sí mismas y su lugar en el mundo», afirmó Tatyana Klemyonova de la Oficina de Asuntos Públicos.
«Las enseñanzas bahá’ís ofrecen una visión alternativa —añade Klemyonova—, una identidad espiritual que trasciende la etnicidad, el género o la pertenencia a un grupo. Es una noción de identidad que contempla a la humanidad como una sola familia y considera la diversidad no como una amenaza, sino como una fortaleza que debe organizarse en torno a la unidad».
Esta noción de la identidad es de vital importancia en una época de fragmentación digital y de mensajes extremistas.
Los participantes en las mesas redondas reconocieron la creciente vulnerabilidad de los jóvenes frente a las ideologías radicales, que a menudo se difunden por las redes sociales. En los debates se analizó cómo la educación moral y espiritual, que comienza en la familia y se extiende a las escuelas y las comunidades, podría fortalecer las bases morales esenciales para resolver estos desafíos.
Kadirova, una facilitadora de los programas bahá’ís de educación moral y espiritual, declaró: «Nuestra tarea es desarrollar en los niños cualidades como la veracidad, la amabilidad y la generosidad, así como el aprecio por la diversidad de puntos de vista. Estas cualidades ayudan a crear un entorno en el que los niños se sienten aceptados y seguros».
Promover una sociedad más madura
En las mesas redondas se demostró que la consulta bahá’í realza la comprensión sin imponer opiniones. Como afirmó Rasulov: «Este proceso de transformar la comprensión se produjo no mediante la imposición de determinados puntos de vista, sino con el diálogo abierto, el intercambio de experiencias y la investigación conjunta de soluciones a problemas comunes. Los participantes llegaron a diferentes conclusiones sobre el valor de la dimensión espiritual de la vida social».
La visión obtenida apunta hacia lo que Rasulov denomina «una sociedad madura en la que las comunidades religiosas ofrecen sus recursos espirituales al bien común, trabajando junto a las instituciones seculares para crear un país más justo, armonioso y próspero».
Se trata de los primeros pasos, si bien marcan una transición en la forma en cómo se ve a la religión: de algo que se administra a aceptarla como un socio esencial en la renovación de la sociedad.
Los próximos foros organizados por la Oficina seguirán analizando el modo en que la religión puede contribuir a una visión unificada del progreso.