En Brasil, actores sociales trascienden las posturas institucionales, dan esperanza mediante el diálogo y reformulan las bases de la justicia y del progreso social.
BRASILIA, Brasil — Cuando diferentes actores sociales —desde jueces a dirigentes religiosos, desde representantes gubernamentales a organizaciones locales— comparten sus puntos de vista específicos y se comprometen más allá de sus posturas institucionales en un diálogo sincero, surge una profunda toma de conciencia: el camino hacia la transformación de la sociedad no se encuentra en las iniciativas aisladas, sino en el análisis colectivo de los fundamentos mismos de la justicia
Esto es lo que se está experimentando en los foros de debate titulados «Crear una perspectiva para una sociedad más justa», un proyecto de la Oficina Bahá’í de Asuntos Externos de Brasil en colaboración con la Universidad Internacional de las Periferias (Uniperiferias) y con el apoyo del Ministerio de Derechos Humanos y Ciudadanía de Brasil.
«La búsqueda de la justicia parece constituir un tema que une a un gran número de organizaciones brasileñas. Muchas entienden su labor en función de su aportación al establecimiento de una sociedad más justa», comentó Luiza Cavalcanti, miembro de la Oficina de Asuntos Externos en declaraciones al Servicio de Noticias.
Inaugurados en 2024, estos debates han involucrado a más de doscientos participantes del campo académico, social y religioso en Brasilia, Manaus, Río de Janeiro, Salvador y São Paulo.
Más allá de la fragmentación
Si bien existen numerosos proyectos en Brasil que trabajan por la justicia social, tratando temas como la reducción de la pobreza, los derechos de las mujeres, la igualdad racial y la protección del medio ambiente, muchas veces funcionan de forma aislada, incluso cuando comparten objetivos comunes, afirma la Oficina de Asuntos Externos.
Cavalcanti consideró esta fragmentación como un obstáculo importante para lograr un avance de calado: «A pesar de compartir el mismo compromiso, la dinámica de interacción entre los distintos proyectos puede obstaculizar el aprendizaje colectivo. Las lecciones que surgen en el contexto de un determinado programa raramente se amplían a otras iniciativas, y como consecuencia la problemática general sigue fragmentada y se trata de manera superficial».
La idea de que la transformación social requiere de una acción colectiva más cohesionada constituye el núcleo del proyecto de la Oficina. Aunque las organizaciones suelen reconocer esta necesidad de una manera intelectual, a menudo las estructuras tradicionales de compromiso refuerzan la división en lugar de la armonía.
«Incluso en el contexto de una misma agenda, parece prevalecer una lógica de competición, que revela una relación con el poder percibido como algo que hay que «conseguir» o «proteger», señaló Cavalcanti.
La iniciativa ha respondido a este desafío promoviendo un concepto totalmente diferente del poder, no como recurso finito, sino como una capacidad para la transformación colectiva que surge del servicio, de la humildad y de la acción unida.
«Las organizaciones que trabajan por una misma causa compiten a menudo por el espacio, el protagonismo, los programas o los recursos, creando un contexto de desconfianza, de falta de diálogo y escasa colaboración», agregó.
Sin embargo, la respuesta extraordinaria al proyecto pone de manifiesto una idea profunda: cuando se da el contexto adecuado, estas mismas organizaciones aceptan con entusiasmo las oportunidades de auténtica colaboración.
Los debates cuidadosamente estructurados han creado un entorno en el que los participantes pueden alejarse de los modelos de pensamiento creados por sus funciones institucionales, lo que les permite
comprometerse con las ideas más libremente y volver a conectar con el propósito más profundo que inspiró su labor en sus inicios.
«Lo que cambia concretamente en mi trabajo es una mayor claridad respecto a la necesidad de crear espacios para el diálogo y la cooperación», afirmó Felipe Moulin, director de la Universidad Internacional de las Periferias, en sus comentarios al Servicio de Noticias. «Esto no solo da pie a metas comunes, sino que también a hablar el mismo lenguaje, adoptar estrategias compartidas y apoyarnos los unos a los otros para lograr mejoras efectivas en materia de derechos».
El proyecto ha estructurado sus análisis en torno a cuatro temas fundamentales: la promoción de la dignidad humana, la importancia de la participación social, la deconstrucción de la cultura de la violencia y la construcción de una cultura de paz, siendo cada tema analizado en encuentros mensuales.
Enriquecer el entendimiento colectivo
El enfoque de este proyecto ha fomentado un rico entendimiento de conceptos comunes entre los participantes, permitiéndoles forjar relaciones que dejan atrás la dinámica competitiva que en ocasiones caracteriza las interacciones entre las organizaciones que trabajan por la justicia social.
Fundamental en esta labor ha sido el reconocimiento de que una auténtica transformación social exige un análisis más profundo de los valores y creencias subyacentes que o bien promueven o bien dificultan la justicia y la paz. Los participantes han destacado que para resolver las injusticias estructurales (como la desigualdad, el racismo y la violencia de género) es necesario cultivar valores y principios como la cooperación, la igualdad de mujeres y hombres, el cuidado mutuo y la unidad en diversidad.
Entre las reflexiones reveladoras que surgen de estos debates se encuentra la idea de que la paz debe entenderse no solo como la ausencia de violencia, sino como un proceso dinámico y de múltiples facetas. «La ausencia de violencia no presupone la paz, del mismo modo que la ausencia de enfermedad no es equivalente a la salud», declara una nota informativa preparada para los foros por la Oficina de Asuntos Externos. La paz, por lo tanto, debe construirse activamente mediante interacciones guiadas por la justicia, la cooperación y la unidad, entre otros principios.
En los debates se analizó también el modo en que los valores sociales actuales, como el consumo excesivo, la autogratificación y la competición, pueden perpetuar las divisiones y dificultar el verdadero progreso colectivo. Este análisis crítico de los valores llevó a los participantes a reformular las nociones imperantes que modelan las relaciones sociales, en particular la naturaleza del poder como tal.
Los participantes han analizado también la manera en que la dignidad humana trasciende los derechos individuales para abarcar la responsabilidad y la interconexión colectivas.
«La verdadera dignidad no se puede alcanzar plenamente de forma aislada ―reza una nota informativa―, sino mediante la participación positiva en la comunidad, en la que cada individuo contribuye al bienestar colectivo y se beneficia de él».
Un consenso que surgió entre los participantes ha sido la idea de que la promoción de una cultura de paz y de justicia implica un cambio no solo en las políticas y estructuras sociales, sino también fundamentalmente en la forma en que los individuos, las instituciones y las comunidades conciben sus relaciones y sus funciones en la sociedad.
Fomentar la esperanza a través del diálogo
Los asistentes destacaron el modo en que el proyecto ha fomentado la esperanza mediante la creación de espacios para el diálogo constructivo.
En sus declaraciones al Servicio de Noticias, Hildete Souza, coordinadora para la Lucha contra la Trata de Seres Humanos en el Estado de Bahía, declaró: «El proyecto permitió la construcción de una perspectiva de la justicia basada en la valoración de la diversidad. Todos se sentaron en el mismo círculo, sin importar las diferencias. A lo largo del proceso, priorizamos el diálogo asentado en la igualdad y el respeto, que nos ha ayudado a crecer como individuos, como comunidad, como instituciones y como sociedad».
Tadeu Ferreet, profesor universitario y psicoanalista, destacó cómo el compartir experiencias ha generado un mayor optimismo: «Durante el intercambio de experiencias y de historias personales se manifestó con fuerza el sentimiento de esperanza. A medida que cada participante relataba los éxitos de los proyectos en sus localidades, se hacía más evidente que el cambio ya se está dando en diferentes barrios, ciudades y estados de todo el país.
De cara al futuro
Conforme el proyecto entra en su segunda fase, la atención se desplaza desde el análisis conceptual a la aplicación práctica. La Oficina Bahá’í de Asuntos Externos se esfuerza ahora en identificar experiencias concretas que traducen estos principios fundamentales en acción.
Refiriéndose al proyecto de un año de duración, Cavalcanti señaló: «Descubrimos que bajo las distintas formas de trabajar por la justicia social subyace un anhelo de unidad de visión y de propósito en una amplia base de actores sociales. Nuestros diálogos han demostrado que cuando la gente reflexiona de forma colectiva sobre conceptos como la dignidad humana y la participación positiva aprenden unos de otros y esto transforma la manera en la que se comprometen con su trabajo».
Y añadió: «En los meses venideros, analizaremos el modo en que los principios fundamentales, cuando se entienden en profundidad, pueden conducir a cambios concretos en las comunidades: la manera en que cambian las relaciones, sustentan los procesos de toma de decisiones y promueven la acción colaborativa».
A través de este proceso continuo de reflexión y acción, el proyecto trabaja para crear lo que Ogan Elias Conceição, profesor y miembro coordinador del CONIRB (un consejo interconfesional), describió como «una reformulación de conceptos que nos traerá la posibilidad de una vida más armoniosa, en la que la justicia, y por consiguiente la dignidad humana, será un bien común compartido.