La base espiritual es indispensable para la cohesión social, subrayó la Comunidad Internacional Bahá’í en la Comisión de Naciones Unidas para el Desarrollo Social.
CIB NUEVA YORK — Los lazos sociales y los cimientos espirituales de una sociedad son tan cruciales para su prosperidad verdadera como lo es el crecimiento económico, destacó la Comunidad Internacional Bahá’í (CIB) durante sus intervenciones en la 63ª sesión de la Comisión Comisión de Desarrollo Social de la ONU en la sede de Naciones Unidas.
«El deterioro del mundo en la actualidad ha agravado la brecha entre la riqueza extrema y la pobreza, ha dejado a un creciente número de personas sin un medio de subsistencia que les permita vivir una vida digna y contribuir a la mejora de sus sociedades, y ha fomentado mayores niveles de desconfianza y de conflicto», declaró Cecilia Schirmeister, miembro de la delegación de la Comunidad Internacional Bahá’í ante la Comisión, compuesta por once personas.
Y agregó: «Sin embargo, nos encontramos en un periodo no solo de crisis profunda sino también de grandes oportunidades a medida que la humanidad acepta su interdependencia».
En esta sesión de la Comisión, los debates se centraron en «fortalecer la solidaridad, la inclusión y la cohesión social» como parte del avance de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible. El foro convocó a representantes gubernamentales, de agencias de Naciones Unidas y organizaciones de la sociedad civil.
Las opiniones compartidas por los representantes de la Comunidad Internacional Bahá’í a lo largo del foro se basaron en los principios enunciados también en su declaración a la Comisión, donde se examina cómo las causas de numerosos retos mundiales se encuentran en la forma en que los seres humanos se ven, se valoran, responden y se relacionan entre sí; fundamental en esta percepción es el reconocimiento de la identidad común de la humanidad y de su unidad esencial.
Para analizar el modo en que estos principios se han llevado a la práctica, la Comunidad Internacional Bahá’í organizó un acto paralelo en el que dos de sus delegadas compartieron las experiencias de las actividades de desarrollo comunitario.
Neda Badiee Soto, de las Islas Canarias, delegada de la Comunidad Internacional Bahá’í, describió los procesos de desarrollo comunitario basados en los principios bahá’ís que han contado con miles de participantes de varios barrios desde 2006. Explicó que «las actividades de desarrollo comunitario en las Islas Canarias promueven la formación y el diálogo y toma de decisiones colectivas con las que las capacidades y talentos de las personas se desarrollan y se ponen al servicio de la comunidad».
Badiee Soto trazó paralelismos entre la dinámica familiar y la armonía social, señalando que las comunidades, al igual que las familias, requieren algo más que recursos materiales para prosperar: necesitan respeto, paciencia, apoyo mutuo y amor como cimientos espirituales para la unidad. Comprender esta idea ha permitido a diversas poblaciones en los barrios trabajar juntos por encima de las brechas culturales, generacionales y socioeconómicas, crecer a partir de un puñado de participantes hace trece años y convertirse en una red de más de dos mil personas que participan activamente en la acción colectiva en las Islas Canarias.
Zéphyrin Maniratanga, embajador de Burundi ante la ONU, apoyó esta óptica en sus comentarios durante el acto paralelo organizado por la Comunidad Internacional Bahá’í, al declarar que «la cohesión social [… ] no es un mero objetivo económico, sino de un imperativo moral y humano. […] El crecimiento económico por sí solo no es suficiente para crear una sociedad justa y equitativa».
Acerca del foro, Shirmeister hizo hincapié en los fundamentos esenciales de la verdadera cohesión social: «La cohesión social comienza con el fortalecimiento de los lazos de unidad y de confianza entre diversas poblaciones.
Se trata de hallar puntos de consenso basados en los valores compartidos y aprender a relacionarse con personas de diferentes puntos de vista y procedencias».
Schirmeister señaló que en las comunidades en las que se cultivan los principios espirituales, surgen nuevos modelos de interacción, además de una mayor colaboración entre los jóvenes y las generaciones mayores, expresiones más pronunciadas de igualdad de género y una capacidad realzada para el diálogo constructivo y para la consulta.