Liberación de los últimos presos: La inquebrantable búsqueda de la paz por parte de la comunidad bahá’í yemení
SANÁ, Yemen — En el corazón de Yemen, en medio de los continuos retos sociales, se está desarrollando una asombrosa historia de esperanza y transformación. A pesar de enfrentarse a la persecución, la comunidad bahá'í de ese país ha respondido comprometiéndose inquebrantable con la paz, la unidad y el mejoramiento de su sociedad. La reciente liberación de los cuatro bahá’ís restantes de un grupo de diecisiete que fueron secuestrados en Saná en mayo del año pasado no solo constituye un momento significativo para los bahá’ís de Yemen, sino que también pone de manifiesto su capacidad de resistencia.
Una visión de unidad en medio de la adversidad
«Nuestro pueblo, sumido en la angustia y la desesperación, estaba como muerto y anhelábamos un cambio real. En muchas reuniones del pueblo, el único tema de conversación era el conflicto, la guerra y quiénes se habían alistado o se alistarían en el frente», contó una mujer de una localidad al norte de Yemen.
Y añadió sobre el efecto transformador de las actividades bahá’ís de construcción de comunidad: «Pero ahora todos podemos ver cómo nuestro pueblo se halla imbuido de una nueva vida».
Durante más de una década, los bahá’ís yemeníes han sufrido arrestos, encarcelamiento e instigación pública a la violencia contra ellos. Durante la última convención nacional bahá’í del año pasado se produjo un suceso sumamente angustioso, en el que hombres armados asaltaron violentamente a los allí reunidos y detuvieron a diecisiete bahá’ís (hombres y mujeres, jóvenes y mayores). Esas personas simplemente cumplían con su responsabilidad sagrada, compartida por bahá’ís de más de ciento setenta países: elegir a su consejo nacional de gobierno y consultar sobre la aportación de la comunidad al progreso social.
A pesar de las fuertes presiones soportadas durante su cautiverio en unas circunstancias harto difíciles, como la asistencia obligada a «cursos culturales» cuyo objetivo era hacerles renunciar de su fe, esos bahá’ís se mantuvieron firmes en sus convicciones. Con el paso del tiempo, fueron liberados uno tras otro, siendo su capacidad de resistencia una prueba de la fortaleza de sus convicciones.
Frente a los continuos retos y restricciones, la respuesta de la comunidad bahá’í ha sido tender la mano a sus conciudadanos, fomentar la amistad y servir de manera incansable al bien común. Este enfoque, enraizado en la enseñanza de Bahá’u’lláh de que «la tierra es un solo país y la humanidad sus ciudadanos» ha comenzado a reformar el tejido de sus vidas. Lejos de refugiarse en el silencio, han continuado traduciendo su fe en un mundo pacífico en acciones encaminadas a dignificar a sus conciudadanos.
Los jóvenes: a la vanguardia de la transformación social
En una localidad, un grupo de jóvenes participantes en los programas educativos morales y espirituales asumió el desafío de renovar una reserva de agua de importancia vital, aunque descuidada. Guiados por el principio bahá’í de la armonía entre la humanidad y la naturaleza, consultaron con los mayores de la comunidad, movilizaron a sus compañeros y convirtieron lo que podría haber sido una simple labor de limpieza en una poderosa demostración de acción colectiva.
«Conforme trabajábamos juntos, algo fue cambiando», declaró uno de los jóvenes. «Ya no se trataba solo del agua. Vimos cómo, estando unidos, podíamos resolver muchos retos que afronta nuestra comunidad». Ese proyecto no solo restauró un recurso crucial, sino que además cultivó un nuevo sentido de esperanza y de responsabilidad compartida entre los jóvenes.
Las mujeres: catalizadoras del progreso colectivo
En otra localidad, un grupo de mujeres jóvenes inspiradas en las enseñanzas bahá’ís sobre la igualdad de mujeres y hombres están redefiniendo su papel en la sociedad. Tras finalizar un programa de formación ofrecido por la Fundación Excelencia para el Desarrollo Social, una organización de desarrollo socioeconómico de inspiración bahá’í, esas mujeres prefirieron quedarse en su pueblo, de donde la mayoría de los jóvenes se marchan, y contribuir al progreso de su comunidad.
En colaboración con los mayores del pueblo, han solucionado problemas acuciantes que habían asolado a su comunidad durante mucho tiempo. Una iniciativa suya abordó los problemas oculares crónicos causados por el polvo y la falta de acceso al agua potable. Una joven participante del proyecto recordaba: «veíamos a nuestros vecinos sufrir innecesariamente. Sabíamos que teníamos que actuar».
El grupo organizó una campaña de salud médica, atrayendo a médicos voluntarios para dar atención oftalmológica a todo el pueblo. Pero no se detuvieron ahí. Al reconocer la necesidad de atención continuada, crearon un pequeño botiquín de primeros auxilios con material médico básico al que cada hogar aportó lo que pudo. «Confiamos este material a una mujer mayor respetada por todos. Aunque supone un pequeño paso, estas iniciativas han permitido que la atención oftalmológica básica esté ahora al alcance de todas las personas del pueblo», explicó la joven.
Sus actividades se extendieron también a la educación. La falta de unos aseos adecuados en la escuela local había provocado que muchas niñas abandonasen los estudios, lo que desembocaba a menudo en matrimonios tempranos. Los participantes en el programa de la Fundación se pusieron manos a la obra y, tras consultar con el director de la escuela, restauraron el único aseo de la escuela y organizaron un sistema por el que las familias se organizarían por turnos semanales para suministrar el agua necesaria.
Eso hizo que más niñas asistiesen a la escuela de forma continuada. Ese modesto proyecto ha abierto un mundo de posibilidades a esas jóvenes.
El impacto de esas acciones va más allá de las mejoras físicas. Mediante sesiones semanales de diálogos, están propiciando discusiones sobre temas esenciales como el matrimonio precoz y la educación de las mujeres. Una participante en el programa afirmó: «He visto a chicas tímidas transformarse en firmes educadoras de los más jóvenes y convertirse en las organizadoras comunitarias de proyectos de acción social».
Un viaje colectivo hacia la paz
La repercusión de esas actividades a nivel local no ha pasado inadvertida. Muchos líderes tribales de Yemen, que representan a una institución social profundamente arraigada, han manifestado su solidaridad con la comunidad bahá’í. En una importante declaración, afirmaban que los bahá’ís son parte integrante la sociedad yemení y encarnan la larga tradición de convivencia religiosa del país.
Ese reconocimiento se extiende al ámbito nacional, en el que la Oficina Bahá’í de Asuntos Públicos contribuye a los debates sobre el futuro de Yemen. En una serie de mesas redondas, la Oficina ha analizado el modo en que la diversidad del país puede constituir una fuente de fortaleza más que de división.
Nader Al-Sakkaf, director de la Oficina, ofrecía esta visión: «La sociedad yemení es como un hermoso puzle. Cuando nos falta una pieza, es difícil que progresemos». Ese punto de vista, enraizado en el principio bahá’í de la unidad en la diversidad, ayuda a modelar una nueva visión inclusiva para el futuro de Yemen.
Un faro de esperanza
La historia de la comunidad bahá’í de Yemen constituye algo más que un relato de perseverancia frente a la adversidad.
Es un testimonio del poder transformador de una visión espiritual del progreso social. Con sus acciones, los bahá’ís yemeníes están demostrando que, incluso en las circunstancias más extremas, los principios de unidad, igualdad y servicio desinteresado pueden generar poderosas oleadas de cambio positivo que se extienden mucho más allá de su círculo inmediato.
Como comentaba un miembro de la comunidad: «No solo desarrollamos comunidades mejores, estamos cultivando una visión de lo que puede llegar a ser Yemen. Es un futuro en el que cada persona, sin importar su origen, puede aportar a nuestro progreso común».
Esta visión contiene un poderoso mensaje de esperanza, no solo para Yemen, sino para un mundo que busca nuevos caminos para la paz y la unidad.