Construir un mundo más solidario: Implicaciones para la familia y la comunidad
INDORE, India — La confluencia de crisis mundiales; entre ellas la pandemia sanitaria mundial, las crisis económicas y los desastres medioambientales, ha renovado la voluntad, en la conciencia pública, de analizar las vías para desarrollar estructuras sociales, económicas y políticas basadas en una cultura solidaria.
En respuesta a este interés creciente, la Cátedra Bahá’í de Estudios sobre Desarrollo de la universidad Devi Ahilya (Indore) ha inaugurado una serie de diálogos con el título «Desarrollar un mundo más solidario: implicaciones para la familia, la comunidad y el mercado».
Los encuentros, dos de los cuales ya se han celebrado, se centraron en los ámbitos de la familia y la comunidad. Las sesiones reunieron a profesores universitarios y a representantes de la sociedad civil, para profundizar en las implicaciones de fomentar la solidaridad en esos ámbitos. Los futuros debates versarán sobre las implicaciones para el mercado.
Nociones desafiantes sobre la naturaleza humana
En un documento preparado por la Cátedra Bahá’í para los debates, se plantea una preocupación fuertemente arraigada: las generaciones se han enfrentado a sistemas societales, ya sean sociales, económicos o políticos, que minimizan o descuidan el papel fundamental y vital de la solidaridad.
El documento subraya que para resolver este desafío es necesario revaluar las ideas dominantes acerca de la naturaleza humana. Los modelos que describen a los seres humanos básicamente egoistas, como el Homo economicus o el Homo politicus, han influido profundamente en nuestras estructuras sociales. Estas formas de ver el ser humano promueven comportamientos egocéntricos y competitivos y ocultan el papel vital del altruismo, la cooperación y las acciones con conciencia comunitaria.
El valor de la solidaridad
Arash Fazli, profesor asociado y director de la Cátedra Bahá’í, habló de la devaluación de la solidaridad en la sociedad. Afirmó: «Aunque dependemos continuamente del apoyo, la compañía y la ayuda de los demás en nuestro entorno, con frecuencia el verdadero valor de la solidaridad para preservar la vida y desarrollar las capacidades humanas pasa desapercibido».
Señaló también: «El trabajo asistencial, en muchas ocasiones asociado al hogar, se ha considerado tradicionalmente como parte del ámbito privado femenino, en contraste con el ámbito público masculino donde se valora y reconoce más el trabajo».
Esta devaluación, afirmó Fazli, tiene profundas implicaciones para las expectativas que se tienen de las mujeres en la sociedad, lo que ejerce un impacto en sus trayectorias personales y profesionales. «En los sistemas patriarcales, donde se valora los logros, la autonomía y la independencia de los hombres, se espera normalmente de las mujeres que sean desinteresadas y prioricen la dedicación a la familia».
Y agregó que estas ideas y expectativas sociales pueden dar origen a barreras y retos para quienes buscan las oportunidades que otorgan los estudios superiores y la inserción en el mundo laboral.
Sudeshna Sengupta, investigadora y asesora independiente, profundizó en este concepto afirmando que muchas sociedades operan con la idea de que una «cuidadora, normalmente la madre, estará siempre en el hogar». Esto a menudo se traduce en estructuras de apoyo y servicios limitados a disposición de las familias con niños menores de tres años.
Sengupta señaló que ciertas políticas sociales inconscientemente pueden cargar a las mujeres con la responsabilidad de cubrir las carencias en la prestación de cuidados. Lo que puede suponer un problema, especialmente para las mujeres económicamente desfavorecidas de quienes se espera que atiendan las necesidades del cuidado de la familia además de trabajar, a la vez, a media jornada.
Mubashira Zaidi, del Instituto de Estudios Sociales de Nueva Delhi, añadió que estos retos se complican todavía más debido a las necesidades de cuidado que van más allá de los niños para extenderse a los mayores y personas con discapacidad.
Promover la igualdad mediante la educación moral
Basándose en las enseñanzas bahá’ís sobre la igualdad de mujeres y hombres, Fazli destacó el papel fundamental de la familia para la transformación de la sociedad. Declaró: «El camino más certero para reemplazar las opresivas normas de género es abordar los conceptos y prácticas que se inculcan en las mentes jóvenes desde su más tierna infancia en el seno de la familia». Este entorno moldea principalmente las distintas formas de percibir la masculinidad y la feminidad.
Fazli enfatizó el gran desafío en ciernes. Más allá de compartir las responsabilidades domésticas existe la necesidad de «criar a chicos y chicas que aspiren a desarrollar sus capacidades para el servicio a la humanidad y a nuestro planeta».
Bhavana Issar, fundadora y directora ejecutiva de la fundación Caregiver Saathi, subrayó la profunda influencia de las dinámicas familiares y destaca que el entorno de crianza de la familia «moldea profundamente los valores que asumimos, no solo en el seno de nuestras familias sino también en nuestras interacciones con el mundo».
En el estudio preparado por la Cátedra Bahá’í para estos encuentros, se analizan las implicaciones más amplias de la solidaridad, afirmando que cuando contemplamos la humanidad a través de la lente de la solidaridad, reconocemos que todas las personas son partes de una única «familia humana [...] en la que cada individuo posee un valor moral innato», y cada una debe ser tratada con dignidad y respeto.
La comunidad como pilar de solidaridad
Si bien las familias ofrecen el cimiento para promover sociedades solidarias, es en el seno de las comunidades donde se establecen y consolidan modelos más amplios de interacción, cooperación y resiliencia.
Fazli observó que las comunidades ofrecen un «entorno natural para cultivar relaciones solidarias».
Martha Moghbelpour, miembro de la Oficina Bahá’í de Acción Social de la India, destacó el poder transformador de la educación para promover comunidades solidarias. Usando una analogía de las enseñanzas bahá’ís, describió a los individuos como minas ricas en gemas de valor infinito, sugiriendo que cada persona tiene un potencial sin explotar, que la educación puede liberar. Hizo hincapié en que, mediante la educación, las personas pueden desarrollar su capacidad para fomentar la unidad, la comprensión y la cooperación en sus comunidades.
Profundizando en el tema, Moghbelpour compartió historias de una cultura de solidaridad que se ha fomentado por parte de los jóvenes participantes de las actividades educativas bahá’ís de la India. La pandemia, observó, puso de relieve la esencia de la resiliencia comunitaria, con multitud de casos en los que los jóvenes se «levantaron desinteresadamente y se ofrecieron voluntarios para ayudarse unos a otros incluso en las circunstancias más aterradoras».
Los lazos de amistad que esos jóvenes habían cultivado a través de los programas educativos bahá’ís subrayan la importancia del servicio a la sociedad en el desarrollo de comunidades solidarias y resilientes, afirmó.
Issar añadió que «al cuidar de otra persona en realidad vivimos una vida con propósito».
Y añadió: «Esta es la esencia misma de lo que significa ser un ser humano».
En sus observaciones finales, Fazli subrayó: «Para lograr la justicia social y económica, debemos reconocer primero las injusticias imperantes». Destacó la necesidad de reexaminar los valores de la sociedad, esbozando un futuro en el que la solidaridad se coloque en primer plano y se reconozca en todas sus manifestaciones.
El siguiente encuentro de esta serie de diálogos de la Cátedra se centrará en las implicaciones de nuevas ideas sobre un mundo más solidario en «el mercado».