Ceramistas de vanguardia en pos de la unión del Este y el Oeste
LONDRES — Hace cien años, dos ceramistas, uno inglés y el otro japonés, se embarcaron en una empresa creativa con el objetivo de unir el arte y las tradiciones de Oriente y Occidente.
Bernard Leach nació en 1887 en Hong Kong y se crió en Japón y Singapur. Desde sus primeros años, defendió la necesidad de que Oriente y Occidente se conocieran y se fusionaran. Su idealismo y su apasionada preocupación por la humanidad, que encontraron su expresión en el arte, se fortalecieron y ampliaron cuando se adhirió a la Fe bahá'í.
Desde su creación en 1920, Cerámica Leach, fundada por Leach junto con su amigo Shoji Hamada en St. Ives (Inglaterra), se convirtió en uno de los talleres de artesanía más importantes e influyentes del mundo. Este centenario se conmemora ahora con una serie de exposiciones especiales, una de ellas en el Centro de Estudios de Artesanía de la Universidad de las Artes Creativas de Farnham y en la histórica galería Whitechapel. En la propia Cerámica Leach, también se celebra el aniversario con un programa de iniciativas creativas.
El profesor Simon Olding, director del Centro de Estudio de Artesanía explica: «Leach consideraba la alfarería como una especie de fondo, no solo de materiales sino también de ideas, de pensamientos, de características. Creía profundamente en el trabajo conjunto de la mano, el corazón y la cabeza, y podía relacionarlos con su propio sentido de la vida espiritual y humanística».
Una síntesis de Oriente y Occidente
El joven Leach, tras estudiar dibujo y grabado en Londres, regresó a Japón en 1908 con la intención de enseñar grabado. Algunas de sus primeras obras, que muestran su maestría en el dibujo lineal, se pueden ver en Farnham, muchas de ellas de la colección del difunto Alan Bell, un bahá'í que trabajó para Leach en la década de 1970. El Centro de Estudios de Artesanía ha adquirido recientemente el archivo de Bell, que contiene muchas piezas que nunca antes se habían expuesto públicamente.
El profesor Olding comenta: «La exposición empieza relacionando sus primeros dibujos de estudiante, no expuestos con anterioridad, con sus primeros grabados japoneses. Es la primera ocasión en la que Leach se sitúa físicamente en esa línea de Japón, tanto en sus autorretratos como en su representación del paisaje. Japón impregna profundamente su pensamiento y sus trabajos».
En Japón, Leach se entusiasmó con las tradiciones cerámicas del país y se dedicó a aprender el oficio, desarrollando un enfoque que combinaba las técnicas orientales y las antiguas técnicas inglesas. Más tarde, en 1920, él y Hamada aceptaron una financiación para abrir una alfarería en St. Ives. Pero la falta de madera en Cornualles, esencial como combustible para los hornos, y las exiguas existencias de arcilla local y de materiales naturales para los esmaltes, hacían de este lugar un entorno poco prometedor para lo que se habían propuesto. Perseverando frente a los numerosos desafíos y casi desastres, Leach y Hamada estaban convencidos de que inauguraban una nueva era para el artista y artesano alfarero, restableciendo la noción de la verdad en los materiales, así como la belleza de la simplicidad del diseño y la sutileza de los colores. Su fe en la síntesis de Oriente y Occidente fue fundamental para su propuesta.
El profesor Olding prosigue: «Leach introdujo la iconografía de la cerámica de Asia Oriental en su propia obra. Se puede ver esa interacción entre el Reino Unido y Japón tanto formal como informalmente». Entre los motivos decorativos sencillos que Leach perfeccionó para sus vasijas se pueden ver hojas, pájaros y peces.
Creencia y práctica
Las convicciones personales del alfarero se vieron fortalecidas por el descubrimiento de la Fe bahá'í. Se la presentó su amigo, el pintor estadounidense Mark Tobey, y Leach la aceptó formalmente en 1940. Una de las enseñanzas de Bahá’u’lláh con la que se identificó especialmente fue «que el verdadero valor de los artistas y artesanos debería ser apreciado, pues ellos hacen progresar los asuntos de la humanidad».
Leach había creído siempre que la gente que empleaba bellas artesanías hechas a mano podría contribuir significativamente al bienestar de la sociedad. Pero, con el tiempo, se dio cuenta de que alcanzar mayores niveles de unidad era la única solución para afrontar los grandes desafíos que enfrentaba la humanidad. «Creo que Bahá'u'lláh fue una Manifestación y que su obra ha sido proporcionar la base espiritual sobre la que se puede establecer una sociedad que abarque a toda la humanidad», escribió. Sus sensibilidades espirituales se despertaron aún más cuando en 1954 hizo una peregrinación a Tierra Santa. La experiencia de orar en los santuarios bahá’ís reforzó su sentimiento de que debía intensificar sus esfuerzos para contribuir a una mayor unidad entre Oriente y Occidente.
«El arte, en la medida en que nos esforzamos por alcanzar la perfección, está unido a la religión, y este hecho se reconoce mejor en Oriente ―escribió Leach hacia el final de su larga vida―. Nuestro dualismo comenzó cuando separamos el intelecto y la intuición, la cabeza del corazón, y al hombre de Dios».
La importancia de la formación también fue fundamental para los trabajos de la Alfarería de Leach. Se aceptaban estudiantes y aprendices contratados de los alrededores y del extranjero, creando un ambiente internacional único. Se consideraba que una rigurosa disciplina de taller era la base esencial para el futuro éxito de los estudiantes como alfareros, ya que los aprendices tenían la tarea de producir repetidamente más de cien modelos, que iban desde soportes para huevos hasta grandes ollas de cocina.
El profesor Olding señala: «Leach no se apartó, en esencia, de lo que él consideraba los principios y recipientes fundamentales. Estos aprendices establecieron entonces sus propias alfarerías, trabajando en ese mismo tipo de lenguaje, viendo el pequeño taller de cerámica como un medio por el cual podían llevar una vida creativa y emocional dura pero satisfactoria».
Un legado duradero
La tradición creada por Leach dominó en la cerámica occidental durante gran parte del siglo XX, atrayendo a incontables admiradores de todo el mundo. En la Galería Whitechapel, el artista alemán contemporáneo Kai Althoff ha seleccionado 45 piezas de Leach de las principales colecciones, para las que ha diseñado vitrinas especiales.
Emily Butler, comisaria de la muestra, comenta: «Althoff se siente atraído por el trabajo de Bernard Leach y su enfoque de la fabricación de objetos. Está muy interesado en esta síntesis de belleza y utilidad, en cómo los objetos pueden acompañar nuestra vida al tiempo que sirven de alguna utilidad. A través del título de la exposición, “Kai Althoff acompaña a Bernard Leach”, expresa que le gustaría que su filosofía de trabajo fuera como la de Bernard Leach».
Hamada murió en 1978 y Leach al año siguiente, a la edad de 92 años, pero siguen acudiendo visitantes de todo el mundo a St. Ives para ver el lugar donde estos dos ceramistas fundaron una forma de trabajo que construyó una amistad duradera y un entendimiento entre culturas. Para conmemorar su centenario, Cerámica Leach había planeado un programa de actividades de un año de duración, buena parte de las cuales se han tenido que posponer o modificar debido a la pandemia.
«Cerámica Leach siempre ha demostrado tener capacidad de recuperación en un contexto de cambio continuo ―afirma Libby Buckley, su actual directora―, y ha resistido y sobrevivido a la prueba del tiempo, innovando continuamente y respondiendo a los desafíos. Y así es como continuamos funcionando sin cesar, con el mismo espíritu de determinación de nuestros fundadores».
«Estamos seguros de que la gente seguirá celebrando, aprendiendo, honrando y perpetuando el legado de Bernard Leach y Shoji Hamada con nosotros, en nuevas y emocionantes vías más actuales durante este año tan crítico para todos, y hasta bien entrado el futuro».