Una visión de paz: Noticias de la República Democrática del Congo
KINSHASA, República Democrática Del Congo — El sol sale en el pueblo congoleño de Ditalala y el aroma del café recién hecho llena el aire. Durante generaciones, en esta localidad, los lugareños han bebido café cultivado por ellos mismos, antes de salir a trabajar en sus granjas.
En los últimos años, esta tradición matutina ha llegado a tener un significado más profundo. Muchas familias del pueblo han invitado a sus vecinos a unirse a ellos para tomar café y orar antes de empezar el día.
«Han transformado el significado de este simple acto de tomar una taza de café por la mañana —dice una reciente visitante de Ditalala, reflexionando sobre su experiencia—. Se trata realmente de una actividad de construcción de la comunidad. Los amigos de las casas vecinas se reúnen mientras preparan el café, rezan juntos y comparten el café riendo y dialogando sobre los asuntos de la comunidad. Hay una sensación de verdadera unidad».
En África central, la República Democrática del Congo es una nación que ha experimentado, durante más de un siglo, una serie de guerras violentas. Se estima que la guerra más reciente, de 1998 a 2002, se ha cobrado más de 5,4 millones de vidas, convirtiéndola en la crisis más mortífera del mundo desde la Segunda Guerra Mundial. Durante los dos últimos años, ha sido el país con el mayor número de personas desplazadas por un conflicto; según las Naciones Unidas, aproximadamente 1,7 millones de congoleños huyeron de sus hogares debido a la inseguridad solo en el primer semestre de 2017.
Sin embargo, hay comunidades en todo el país que están aprendiendo a trascender las barreras tradicionales que dividen a la gente. Inspirados por las enseñanzas de Bahá'u'lláh, se esfuerzan por el progreso de naturaleza tanto material como espiritual. Se preocupan por las dimensiones prácticas de la vida, así como por las cualidades de una comunidad floreciente como la justicia, las relaciones, la unidad y el acceso al conocimiento.
«Lo que estamos aprendiendo es que cuando se crean espacios para reunirse y estudiar las enseñanzas de Bahá'u'lláh relacionadas con los desafíos que enfrenta una comunidad, la gente vendrá y consultará sobre lo que podemos hacer juntos para encontrar soluciones a nuestros problemas», explica Izzat Mionda Abumba, que ha estado trabajando durante muchos años en programas educativos para niños y jóvenes.
Y añade: «Cuando se invita a todo el mundo a estos espacios, no hay nada que nos separe, ya no se trata de quiénes son bahá'ís y quiénes no son bahá'ís. Todos leemos estos escritos y al estudiarlos, encontramos las vías de solución para lo que hacemos. La inspiración proviene de estos escritos y orientaciones».
La historia de este país es singular. El proceso que se está desarrollando tiene como objetivo fomentar la colaboración y crear capacidad en todas las personas, independientemente de su origen religioso, su etnia, raza, género o condición social, para que se levanten y contribuyan al progreso de la civilización. Entre la confusión, la desconfianza y la oscuridad presentes en el mundo de hoy, estas florecientes comunidades de la República Democrática del Congo son ejemplos esperanzadores de la capacidad de la humanidad para lograr una profunda transformación social.
Un camino hacia la prosperidad colectiva
La pequeña localidad de Walungu se encuentra en Kivu del Sur, una provincia de la parte oriental del país, que limita con Rwanda y Burundi. En los últimos años, se ha generalizado un espíritu de unidad y colaboración entre la población de Walungu. Rezan juntos en diferentes entornos, uniendo unos vecinos con otros, independientemente de su afiliación religiosa. Este creciente carácter devocional se ha complementado con un profundo compromiso de servir al bien común.
La base de esta transformación de Walungu se halla en la dedicación del pueblo al desarrollo intelectual y espiritual de los niños.
Walungu es una zona remota del país. Hace años, la comunidad no se sentía satisfecha con el estado de la educación formal disponible para sus hijos. Como respuesta a esta situación, un grupo de padres y profesores estableció una escuela en el pueblo con la ayuda de una organización de inspiración bahá'í que ofrece formación a los profesores y promueve el establecimiento de escuelas comunitarias.
A diferencia de las instituciones educativas tradicionales, las escuelas comunitarias, como la de Walungu, son fundadas, sostenidas y alentadas por la comunidad local. Los padres, el clan familiar, otros miembros de la comunidad e incluso los niños tienen un profundo sentido de pertenencia y responsabilidad por el funcionamiento de su escuela.
Cuando la escuela abrió sus puertas en 2008, disponía de un único curso impartido por un solo docente. Después de un año, la comunidad pudo agregar otro curso y emplear a un segundo docente. Gradualmente, la escuela se amplió, añadiendo a más estudiantes, cursos y profesores. Hoy en día, es una escuela primaria completa con más de cien estudiantes.
Sin embargo, la comunidad se enfrentó a ciertos desafíos cuando la escuela comenzó a crecer. No disponían de los fondos para pagar los salarios al profesorado ni para el mantenimiento de las instalaciones. Al darse cuenta de que había que hacer algo para apoyar financieramente a la escuela, convocaron una reunión con todos los padres y otras personas implicadas. En la reunión, el director de la escuela sugirió que podía enseñarles a tejer cestos, y que si se vendían en el mercado, tendrían algunos fondos que podrían servir para pagar los gastos escolares. Sesenta y siete padres se inscribieron, animados ante la perspectiva de aprender una nueva técnica y de poder apoyar la educación de sus hijos por sí mismos. Hasta el día de hoy, todos ellos siguen tejiendo cestos, que se venden en los mercados de las poblaciones vecinas.
La fabricación de cestos se ha convertido en una actividad colectiva; por lo general, los padres se reúnen para realizarla juntos, y a veces se enseñan mutuamente nuevas técnicas de tejido. Y estas reuniones se han convertido en algo más. Son un espacio para hablar también de temas espirituales y profundos.
«Las mujeres y los hombres no vienen solo a tejer —explica Mireille Rehema Lusagila, quien está implicada en el trabajo de construir comunidades saludables y dinámicas—. Comienzan con una reunión de oraciones y leen juntos Escritos sagrados. Su nivel de alfabetización está mejorando y se enseñan unos a otros a leer y escribir. La gente de allí me ha comentado que esta actividad les está ayudando no solo a progresar en un sentido material sino también a nivel espiritual».
La juventud lidera el camino hacia la unidad
A lo largo de la frontera oriental del país, en la región de Kivu, los jóvenes se están apropiando del desarrollo de la próxima generación. En la aldea de Tuwe Tuwe, hay quince jóvenes que trabajan con unos cien jóvenes adolescentes y niños, ayudándoles a desarrollar una profunda comprensión de la unidad y a recorrer esta etapa crucial de sus vidas.
Durante varios años, los jóvenes han estado a la vanguardia de la transformación en esta comunidad. En 2013, un grupo de jóvenes bahá'ís y sus amigos regresaron de una conferencia de jóvenes con un gran deseo de resolver la tensión y la hostilidad entre sus respectivas localidades.
«Creemos que nuestras aldeas son capaces de […] vivir como los hijos de una misma familia».
—Joven de Tuwe Tuwe
En la conferencia, el grupo había estudiado temas esenciales para una comunidad unificada, como la importancia de tener objetivos nobles, la idea de la prosperidad espiritual y material, el papel de los jóvenes en el servicio y la mejora de sus localidades, y la forma de apoyarse mutuamente para emprender acciones significativas.
Al reflexionar sobre la experiencia, el Sr. Abumba, que viaja a menudo por la región para apoyar los programas educativos de inspiración bahá'í, comparte una historia sobre cómo estos jóvenes se convirtieron en una fuerza para la unidad.
«Cuando estos jóvenes regresaron a sus respectivas comunidades vieron que las hostilidades se incrementaban entre sus dos pueblos debido al conflicto por sus terrenos agrícolas. Los jóvenes se preguntaron: “¿Qué podemos hacer para encontrar una solución y ayudar a los adultos a entender que debemos vivir en armonía?” Y decidieron actuar juntos», explica el Sr. Abumba.
«La idea que se les ocurrió fue organizar un partido de fútbol en el que participasen los jóvenes de ambas localidades y celebrarlo en un campo entre los dos pueblos, con la esperanza de que los padres acudiesen también para verlo. Para ellos, no se trataba de quién ganaría o perdería el partido. Su objetivo era reunir a un gran número de personas de ambas localidades en el mismo lugar y tratar de dar un mensaje sobre cómo vivir en unidad».
Estos jóvenes se prepararon para el partido, compraron una pelota de fútbol y formaron los equipos de cada pueblo con miembros de diferentes tribus. Finalmente, llegó el momento. Una gran multitud de ambas localidades acudió porque era un domingo. Los espectadores quedaron impresionados por la alegría con la que los jóvenes jugaron el partido.
«Luego, al final del partido, los jóvenes hablaron a la multitud —explica el Sr. Abumba—. Dijeron: “Ya han visto cómo jugamos y cómo no hubo conflicto entre los jóvenes de una aldea y los de la otra. Y creemos que nuestras localidades son capaces de esto, de vivir como los hijos de una misma familia”. Entonces los jefes de las aldeas tomaron el escenario y dijeron a los reunidos que era hora de pasar página y empezar a vivir y trabajar juntos.
«En estas pequeñas localidades, hay diferentes tribus que a menudo están en conflicto —concluye el Sr. Abumba—. La gente de allí se basa en las enseñanzas de Bahá'u'lláh para encontrar formas de resolver estos problemas tan arraigados. Y los programas educativos de inspiración bahá'í dan especialmente a los jóvenes una voz para ser una fuerza de cambio positivo en sus comunidades».
Un pueblo llamado «Paz»
Ditalala, una remota población en la parte central del país, está conectada con la ciudad más cercana por un camino de 25 kilómetros, que a veces se recorre a pie, y otras veces en vehículo todoterreno.
Susan Sheper, que reside en la República Democrática del Congo desde la década de 1980, recuerda que en su primera visita a Ditalala hace 31 años, varios bahá'ís vinieron a recibirla al tren y a acompañarla en el viaje de cinco horas a pie hasta la pequeña localidad. «Nos bajamos del tren y nos vimos rodeados por este animado grupo de bahá'ís cantando que luego nos dijeron: “¿Podéis caminar un poco?”»
Y así fue cómo la Sra. Sheper se puso en camino, con un séquito de bahá'ís que entonaba canciones, recorriendo 25 kilómetros a pie en plena noche.
«Fue una experiencia extraordinaria —recuerda la Sra. Sheper—, y no dejaron de cantar ni un solo momento, solo pasaban de una canción a otra. Están acostumbrados a tener que realizar largas caminatas, y es el canto lo que te permite mantener la marcha porque los pies se mueven con el ritmo».
Aunque en esa época había una pujante comunidad bahá'í en la localidad, que solían llamar Batwa Ditalala, existían barreras muy definidas entre los diferentes grupos, entre ellos los bahá'ís.
«Así que, 31 años después, regresé a Batwa Ditalala —cuenta la Sra.Sheper—. Y una de las primeras cosas que aprendí fue que ya no se llamaba Batwa Ditalala».
El término Batwa se refiere al pueblo Batwa, que es uno de los principales grupos pigmeos de la República Democrática del Congo. Han sido marginados y explotados debido a la discriminación de que son objeto por su modo de vida como cazadores y recolectores y por su apariencia física. Esto ha creado una compleja realidad de prejuicios y conflictos dondequiera que vivan en gran proximidad con poblaciones agrícolas asentadas.
«Pero hoy en día, esas barreras han sido derribadas por las enseñanzas de Bahá’u’lláh sobre la unidad y la eliminación de los prejuicios, a tal punto que ya no llaman a la localidad Batwa Ditalala. Simplemente la llaman Ditalala», explica la Sra. Sheper.
La palabra ditalala significa paz en el idioma local, y la propia localidad se ha transformado por una visión de paz.
«Los lugareños me dijeron que solía haber divisiones muy claras entre ellos en el pueblo, pero que debido a las enseñanzas de Bahá'u'lláh ya no se ven a sí mismos como tribus diferentes, se ven a sí mismos como unidos —explica la Sra. Sheper—. Me dijeron que la vida es mucho mejor cuando no hay prejuicios».
Las enseñanzas de Bahá'u'lláh han llegado a casi todo el mundo en Ditalala y su influencia es evidente en muchas dimensiones de la vida de la población. Hoy en día, más del noventa por ciento de la aldea participa en actividades bahá'ís de construcción de comunidad, que van desde el café y las oraciones matinales hasta las clases de educación espiritual y moral para personas de todas las edades.
El jefe de Ditalala a menudo apoya las actividades de la comunidad bahá'í. Alienta a la comunidad a reunirse para la consulta, una característica central de la toma de decisiones para los bahá'ís.
Los habitantes también han emprendido una serie de iniciativas para mejorar su bienestar social y material, como proyectos agrícolas, de atención sanitaria materna y de saneamiento del agua, la construcción de una carretera y el establecimiento de una escuela comunitaria.
Una comunidad luminosa
A lo largo de la República Democrática del Congo, decenas de miles de personas han respondido al mensaje de Bahá'u'lláh. El bicentenario de Su nacimiento en octubre fue celebrado ampliamente: innumerables personas participaron en los festejos celebrados en todo el país. Se estima que hasta 20 millones de personas vieron la transmisión por televisión de la conmemoración nacional, a la que asistieron destacados dirigentes del Gobierno y de la sociedad civil.
El país también ha sido designado por la Casa Universal de Justicia como uno de los dos que tendrán una Casa de Adoración bahá'í nacional en los próximos años.
En medio de todos los acontecimientos recientes, lo que destaca con mayor claridad de la comunidad es que está avanzando de manera unida.